Es domingo por la mañana. Me dedico a escribir el primer blog de la tercera edición de Cannabicultores mientras tomo el primer café del día. Se me ha vuelto una costumbre, por no decir un vicio, tomarme un tinto a media mañana mientras trabajo (sí, trabajo los domingos). Pero, ¿Cuál es realmente mi vínculo con la taza y el líquido que hay en ella?
Nuestra relación con los objetos define nuestro entorno y delimita nuestra cultura. En mi caso, elijo las tazas de café, los porros y las micro dosis de psilocibina como sustancias que permito influyan en mi interacción con el mundo y alteren la manera en que percibo las cosas. Sin embargo, a veces me cuestiono cuál es realmente el punto de inflexión entre esa forma de consumir en torno a lo ritual y lo meramente recreativo.
Combatimos la guerra que le hacen a distintas sustancias defendiendo su carácter espiritual fundamental dentro del desarrollo de nuestra consciencia. Sin embargo, también hemos sido culpables históricamente de la propagación de estos estigmas al abusar del uso recreativo de las mismas. Para nadie es un secreto que las drogas, por así llamarlas, constituyen parte importante de los placeres del ser humano por la capacidad que tienen de liberar componentes que alteran nuestro cerebro y nos hacen sentir mejor. Existen incluso teorías que sugieren que el desarrollo que hemos sufrido como especie se deriva directamente del uso de sustancias que alteran nuestra psique. Y es que no hace falta pensar en un ritual de Ayahuasca o un viaje con Peyote. Algo tan simple como este café que ya va por la mitad o el tabaco que alguien se fuma después del almuerzo, representan pequeños rituales de conexión con nuestro ser y lo que nos representa o nos hace sentir bien.
En ese sentido, el proceso de pegar, prender y rotar en una especie de mesa redonda donde se comparten historias, o simplemente fumar en la compañía de uno mismo para finalmente escucharse después de una larga jornada, también hacen parte de ceremonias de re-conocimiento propio y colectivo. Sin embargo, aún siendo la razón la que nos separa de otras especies, solemos optar por el consumo deliberado aunque inconsciente de las plantas, optamos por la automatización.
¿Cuándo fue la última vez que se detuvieron a SENTIR realmente el efecto de un porro o un café?
Dejo esta pregunta como un llamado a replantearnos, al menos un poco, nuestro vínculo con los frutos que la naturaleza nos brinda. Además, como una invitación a participar de la tercera edición de Cannabicultores del Café 2023, Rituales Sagrados, un espacio donde esperamos debatir y encontrar puntos de convergencia en estas temáticas que nos afectan como seres en constante búsqueda.
Amén.